Dicen que en la vida cada uno da lo que recibe aunque este regalo tarde toda una eternidad en llegar. Poco puedo decir de mí a mi favor: no he sido el mejor hombre del mundo. Entendí tarde lo que era vivir, y, hasta entonces, estuve como un alma en vilo en una infantil y eterna ensoñación, dejando escapar el tiempo de hacer cosas, o al menos, algunas cosas.
Durante muchos años encontré una extraña forma de vivir. Algunas tardes, mientras se ponía el sol, me sentaba, simplemente, a contemplar, y así, sin más, ocurrió:
- ¡¡Así no te vas a morir!!- Me gritó un diminuto ser.
Y, sólo entonces, comprendí que podía ir muriendo, poco a poco, en otro sentido.
Y aquí me tienes, a mis cincuenta y siete años, contándote este cuento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario